12/24/2015

A propósito de ULISES, HOMBRE SOLO de José Manuel Crespo




Hace unos meses recibí de manos del editor Mario Torres un ejemplar del más reciente número de la Revista Exilio, editada por el poeta Hernán Vargascarreño y dedicada esta vez al autor José Manuel Crespo (Ciénaga, Magdalena. 1942). El título de este número de la revista es Ulises, hombre solo.
Exilio se dedica exclusivamente a difundir poesía. En cada una de las entregas que esta revista  hace encontramos, por lo general, una selección de poemas de uno o máximo dos autores. En este caso, la edición No. 24 nos entrega el extenso poema Ulises, hombre solo, el cual he recibido como un grato descubrimiento.
Este largo y cuidadoso poema de Crespo es un trasegar por caminos y hendiduras que siguen el fino hilo de un profundo soliloquio en el cual no sobran las imágenes que desnudan, de manera magistral, todos, o por lo menos casi todos, los estados en los que se puede envolver un hombre: la resignación (No sé ni quiero (¡es tarde!) saber lo que pasaba), la dicha, el temor, la tristeza, la alegría, la angustia, el desánimo, incluso la desesperanza (Eso es lo misterioso: sé gobernar un reino,/ sé manejar los remos, sé ganar una guerra,/ pero no sé quién soy. Todo fue inútil) y lo efímero (No soy sino ansiedad, tierra de paso), expuestos aquí de manera que el lector logra hacerse a un lugar entre las líneas intercalando su papel, pasando de testigo a protagonista, y viceversa, a lo largo de este enramado de versos a veces punzantes y certeros:

No porque me lo inspiren los dioses sino para
no tener que callar, aquí en la fuente
donde el ciervo se asoma al plenilunio,
digo que en vano nos hicieron,
que a nada hemos brotado de la tierra.

En este soliloquio, Crespo nos trae una voz que encierra una fuerte carga existencial que no raya en la sentencia por la manera intimista pero a la vez sencilla en que se nos presentan. Por ejemplo, temas como el nunca desgastado fenómeno del amor en este caso se nos revela a través de una descripción que propende por eternizar el cuerpo distante y latente sólo en el recuerdo:  

Eres joven: la vida
Apenas si ha pasado su sombra por tus ojos.
Y, sin embargo, eres más vieja que la luna:
tú conoces los juegos del azar, el origen,
la malicia del agua que fluyendo a lo ciego
finge no darse cuenta del mal que hay en la tierra.
Las tres sílabas negras de tu nombre contienen
todos los viejos himnos, las músicas errantes,
ese azul de los mares que nos cambia la vida.

Este es un poema que inevitablemente me hace volver a la infancia varias veces a través de algunas de sus imágenes (giraba como giran los colores/ de una burbuja transparente), un poema que dibuja en mi memoria referencias que hice mías en esa temprana etapa de la vida. El verso "aves tan raras que ni nombre tienen" me obliga a remitirme a citas como “El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo” sin que con esto quiera decir que las dos tengan relación alguna en su raíz; o esa otra línea que nos muestra la Ley del Talión que descubrí también muy temprano en mis lecturas bíblicas y que ahora redescubro acá, en este Ulises tan cercano a nosotros:

La violencia debe ser contestada
con violencia, y el poder con la espada
de doble filo del poder. ¿No es esa
la dura ley del bárbaro y el griego?

Y digo que este largo poema compuesto en verso libre es cercano a nosotros porque al leerlo es evidente que su lenguaje “en cierto modo más colombiano que griego”, como bien apuntaría Nicolás Suescún en la primera edición de Ulises, hombre solo, nos propone una esencia más caribeña que mediterránea. Este último aspecto se hace evidente en versos que funcionan como pausas y respiros en medio de la lectura de largo aliento que requiere el texto. Versos que saben sortear esa delgada línea que separa la articulación del poema de la ruptura del mismo: Ulises, el prudente, por momentos tenía/ la mente más torcida que una pata de perro. Esa característica también es latente cuando leemos aprendiendo a vivir con ese miedo/ (¡y el miedo da una sed!) y resignado/ a estarme quieto y respirar pasito, o Pero ahora mi ser en los pinares/ (ese cansado azul va para viejo)/ se despierta la víbora dormida.

Un poema compuesto por casi cinco mil versos que después de ser leídos en su integridad podría deleitarnos en cualquier momento con algunas partes que también funcionar perfectamente como cuerpos separados sin que éstos dejen la sensación de que el lector se perdió de algo:

Esa fuga en la noche era mi forma
de salvar el mañana, de salirme
por atajos profundos, de negarte
predominio y rigor sobre mis días,
fuerza del mal, todo poder, destino.
¿Qué buscas? ¿Qué más quieres? No te bastan
los inmensos políperos del odio,
las furias, las mesnadas asesinas,
las ciudades saqueadas, los aleros
y nidos consumidos por el fuego,
los éxodos del hambre y del espanto,
las preñadas abiertas a cuchillo,
los aullidos, los niños estrellados
contra los muros del pavor, la sangre,
ese espeso jarabe de cadáveres
que lamieron los perros en las calles
de Ilión en el plenilunio?...

En este Ulises, hombre solo, de José Manuel Creso, podemos encontrar muchas voces pronunciadas en diferentes momentos o estadios humanos, lo cual impregna el texto de diversos tonos que todos juntos forman un solo canto, un solo poema narrativo con el cual se busca exalta el tiempo, el olvido y la memoria en medio del tormento que puede llegar a significar el hecho de verse encerrado en cualquier isla Calypso de la vida cotidiana.
Es necesario aproximarse varias veces a estas líneas para descubrirnos en ellas, para vernos y hablarnos a nosotros mismos hasta que ya no tengamos nada que decir, hasta que seamos sólo sílabas perdidas en los colores que nos hacen y nos forman, como bellamente lo afirma el poeta:

… el mundo y su verdad: sólo la mano
(la mano que debido a la pericia
del arisco pulgar que sigiloso
se aproxima, distancia o contrapone
al ritmo de los cuatro inseparables,
abre, cierra, trabaja, pulsa, siente,
y en su mímico juego hace posible
 que el logos interior, el verbo ciego
se colme de color y de sentido,
que un niño con los párpados cerrados
perciba y reconozca la violeta,
o que el hombre sin voz, el perro mudo,
exprese lo que siente y sustituya

con el signo la sílaba perdida)


José Manuel Crespo. Fotografía tomada de
la circulación libre en la red.

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